Artículo de Jesus Manrique
En su Viaje al Centro de la Tierra, Julio Verne nos hablaba de la creencia en una Tierra hueca, un viaje intraterrestre desde Islandia hasta Sicilia. Y su lectura nos trasmitía la ansiedad ante un antiguo pergamino que conducía a sus protagonistas a ríos de lava, llanuras de fósiles o animales antediluvianos. Claro que todos sabemos que la Tierra no es hueca, que viajar por su interior es tan increíble como verosímil reconocer que, al igual que el ser humano, tiene alma y consciencia. Convendría dejar claro que padece y siente todo aquello que su porosidad le trasmite frente a la miopía, indiferencia, arrogancia y desprecio del medio ambiente que conlleva nuestro desamor por ella.
Cada año que termina le quita el puesto al anterior en cuanto al año más caluroso. Los campesinos de una parte del mundo sufren las mayores sequías mientras en otros lugares los riegos intensivos acaban con los acuíferos. Alguien tiene que saber que los animales salvajes no están para ser amaestrados ni hacer jerigonzas para nuestro divertimento. La historia se repite, llegamos tarde ya a esos muertos de las nuevas guerras que nos advierten de que no serán los últimos. Sucede lo mismo con las leyes que criminalizan y amordazan a los que dicen no y protestan ante una realidad que merma nuestros derechos, que vemos desaparecer como globos que ascienden al soltarlos de nuestras manos. Los orangutanes se quedan sin bosques, destruidos por el abuso de poder de grandes compañías que repueblan con palmeras insostenibles. En el mundo de los negocios de ambiciones desmedidas el inglés no es el único idioma. Fenómenos naturales como la actividad solar, las erupciones volcánicas o las corrientes marinas han sembrado de muerte y desde siempre todos los rincones del planeta, pero hoy es el ser humano su principal causante.
Hay que decirlo sin más dilación: los animales antediluvianos retomados del pasado lejano por Julio Verne ya no viven en las profundidades. Queda implícito que hoy van de compras por nuestras calles, dirigen empresas o gobiernan el mundo sin despeinarse, con la avaricia de no pensar en los que vendrán en el futuro, mostrando sin vergüenza su punto de vista experimentado de élite conservadora. Son los impostores que dicen amar la naturaleza. Cerebros electrónicos que cierran los ojos a la ternura, cabezas huecas llenas de intereses con un poder casi absoluto que no actúan para preservar tanta belleza, ante las perspectivas de un beneficio económico.
Cerca de nosotros y por nuestro bienestar, han surgido autopistas fantasmas, sin destino, se han producido derrames tóxicos que llegaron hasta esa joya que es Doñana. Vencen las amenazas, el miedo a los tribunales y la angustia diaria, caen años de prisión a los que escriben canciones y, misteriosamente, da la impresión de que a pocos parece importarles. Se queda sin futuro una juventud emocionada. A quienes viven en la calle les llueve constantemente aunque estén secos por dentro y nadie los mira ni para prestarles un paraguas. ¿Hasta qué punto es necesario en los desahucios sacar a personas mayores a rastras de sus casas? Se asienta el puritanismo siempre tan hipócrita y quieren que prescindamos de ese acero viejo que es la memoria.
Algo va mal, muy mal, cuanto excusamos a los que legislan para acallar nuestra voz ante lo que no nos gusta y trituran no solo documentos que los comprometen, cuando permitimos que nos saqueen hasta el corazón quienes dicen trabajar por nuestro futuro, cuando nos quieren sumisos e ignorantes, cuando terratenientes y aseguradoras sin alma sortean con sus abogados, recurso a recurso, y dilatan la ejecución de las sentencias justas con que no siempre se les condena. Algo va muy mal cuando los derechos de nuestras tierras, de los campesinos con zurrón donde guardaron una navaja para cortar el pan, no forman parte de los intereses de esa Europa que siempre quiere más, cuando nos resignamos y no seguimos, cuando, inspirados por publicaciones partidistas, nos cuestionamos si sirven de algo los ideales y desconfiamos de los trabajadores honestos, de los hombres y mujeres generosos que combaten entre la espada y la pared por algo que es de todos, sin quebrantarse nunca.
Ya no es Julio Verne quien nos trasmite la ansiedad en su Viaje al Centro de la Tierra. Una luz roja se apaga y enciende constantemente, como avisándonos intentando comunicarse con nosotros en código morse. Mi amigo Pedro, que nació en la primavera de 1922, me decía que nunca antes una luz parpadeando así le había producido un temblor semejante.
A la memoria de mi amigo Pedro Molinuevo, que combatía por un mundo mejor.