Por Jesús Manrique
No solo están la soledad y la monotonía, las calles sin gente, los parques abriéndose a la primavera convertidos en lugares nada propicios para el encuentro, los muertos sin velatorio, las ciudades sin contaminación, la transparencia del agua en los ríos y los pueblos más silenciosos que nunca. Parecieran las consecuencias de un ultimátum que nos hubiera dado la Tierra para salvaguardarse de décadas de maltrato. En tan solo unas semanas, apenas unos días, el mundo rico se pliega todavía más en sí mismo, nuestro país decreta el estado de alarma, el cierre de las fronteras, el confinamiento de las personas que lleva a restricciones de la libertad, la conculcación de libertades tales como subir a la montaña a ver la nieve o visitar museos y bibliotecas. El orden frente a la seguridad. Se detiene el sistema productivo y aparecen servicios de vigilancia con nuevas tecnologías. Las autoridades sanitarias recomiendan no tocarnos, evitar ciertas zonas epidérmicas. En las calles y supermercados los megáfonos nos avisan que tenemos que guardar la distancia necesaria. Una sociedad del futuro sin robots ni el atractivo de las películas de ciencia ficción. La respuesta ciudadana ha sido ejemplar. La mayoría ha entendido lo que le han dicho los gobernantes, aunque ello supusiera dejar de lado ciertas formalidades democráticas. No fue así cuando la población les pidió algo importante insistentemente, cuando se les decía que no hasta el hartazgo en manifestaciones que llenaron de miles de ciudadanos plazas y calles; que no queríamos guerras, ni centrales nucleares, que la educación y la sanidad públicas están por encima de todo lo demás, que desaprobamos las costas de ladrillo, que no queremos ver morir el campo, ni patadas en la puerta, ni inquilinos en la calle. Son temas que habrá que retomar en otro momento, cuando volvamos a vivir plenamente, sin olvidar, teniendo en cuenta lo sucedido.
En nuestros días, la lealtad inquebrantable de un tiempo comprimido, en el que a una inmensa mayoría de ciudadanos nos toca ver la vida a través de los cristales, es atropellada por la rabia y los demonios que subyacen en cierta clase política, en aquellos que quieren hacer política de una alerta sanitaria sin precedentes en mucho tiempo buscando un beneficio personal, una estrategia de confrontación, ir por su cuenta desde posiciones políticas diferentes pero con los mismos argumentos: ser protagonistas y heroínas de autonomías que deciden caminar al margen. Patologías carroñeras cuando la mayoría espera comprensión, colaboración y solidaridad. Es en circunstancias difíciles donde mejor se conoce a las personas, cuando uno se retrata en lo mejor y peor de sí. Ya ajustaremos cuentas, abren la boca con la voz llena de la habitual arrogancia independentista que deberían hacerse mirar. ¿No gobiernan con la burguesía catalana que ha hecho los mayores recortes sociales, también en la sanidad pública? Hay quien falta a la verdad ante medios internacionales para identificar a los otros con el mal. Desde Madrid se hace un llamamiento al Gobierno central, que, si no fuese por la carga de soberbia e inquina, lo que comúnmente se llama mala leche, puede entenderse ante la falta de camas, respiradores y personal en los hospitales. Medios para todos, sí, pero para nosotros más, resumen anteponiendo el yo. ¿Donde quedan la equidad y la igualdad? ¿No éramos todos España? Hay que recodarles que fueron ellos quienes llenaron las calles de Madrid de batas blancas, de sanitarios en protesta. Se presentan como víctimas en su estrategia de atacar al Gobierno y son los máximos responsables de la sanidad madrileña desde hace 25 años. ¿Acaso no hicieron los mayores recortes en la sanidad pública, en la atención a los dependientes y en la educación? Pero hacer memoria hoy parece que les ofende. Y no podía faltar el virus de los patriotas fascistas echando mano de lo más vulgar, del impudor en épocas de crisis en su colmena irracional de argumentaciones. Sin ir más lejos esos ¿anticuerpos españoles contra malditos virus chinos?
Y en este escenario nos seguimos emocionando. Nos conmovemos con los aplausos a los sanitarios desde nuestros balcones y ventanas como cualquier otro pueblo sensible del planeta, afectados por una escena tan espeluznante del mundo. En mi ciudad un vecino saca a pasear a su perro y en mi pueblo un gato en libertad eriza el lomo sobre el alero donde el verde de las tejas se oscurece al sol de una primavera que deja atrás el invierno. Y cruzamos los dedos, contenemos el aliento y cerramos los ojos para ver mejor imaginando esa vacuna que nos salvará del contagio.
«Otro tiempo vendrá distinto a este», dejó escrito Ángel González. Y llegará el día en que esto quede atrás definitivamente y podremos salir a la calle. Salir a la vida plena con entusiasmo para volver a darnos cuenta de que son muchos los que sienten como nosotros el deseo de evolución en el sentido de dejar atrás el egoísmo individual o de grupo. Será entonces el momento de preguntar a los gobernantes los motivos de tanto bandolerismo, indolencia y error ante lo público, y a cuestionarnos todos por qué hemos venido consintiendo cosas así. Aunque mirado bien es algo que se ha repetido a lo largo de la más alta historia humana en momentos difíciles: solidaridad, nobleza, buenas intenciones, amor ilimitado, mejores palabras… Y aquí estamos. Es un tonto optimismo, lo sé, pero no pierdo la esperanza en que algo en nosotros cambie.
1 comentario
Claro, concreto, ordenado, objetivo, contenido,realista, ponderado, sin odio, sin rencor, pero con firmeza…
Hermoso artículo y emocionante,al fin.