Fue en 1569 cuando Ruy Gómez de Silva adquirió el Estado de Pastrana mediante compra a don Gastón de la Cerda, compra que se insertaba dentro del plan de engrandecimiento nobiliario que venía desarrollando este personaje, y que pasaba por el acercamiento y casi identificación del mismo con el poderoso linaje de los Mendoza. Además, 1569 fue el año de las fundaciones conventuales en la villa ducal.
Pastrana (Guadalajara) continuará en 2019 la labor que lleva haciendo durante décadas para reivindicar su historia y su patrimonio, y convertirlos, además, en el mejor reclamo turístico y, consecuentemente, en el motor económico de la localidad. Cada año, la villa ducal elige una efeméride, o un personaje, en torno a los cuales articular su año turístico, y su Festival Ducal de julio, declarado Fiesta de Interés Turístico Provincial. Este año, el argumento es obvio. Se cumple el 450 aniversario del año más importante de la historia de Pastrana: 1569.
Tanto en las visitas teatralizadas que se llevan a cabo en el Palacio de Covarrubias el primer sábado de cada mes, como en el propio Festival Ducal, las gentes de Pastrana harán sentir al viajero de una manera especial los momentos acaecidos en la historia de Pastrana, este año con especial hincapié en los que sucedieron en 1569. Los visitantes son conducidos por habitaciones y salones contemplando los lugares donde se escribió la historia, bajo los impresionantes artesanados que lograron sobrevivir al paso de los siglos, donde aún resisten parte de los azulejos toledanos que no mancharon de tinta los diez hijos de los duques de Pastrana. Las visitas que les harán participes de la historia, les harán sentir momentos importantes como fue la llegada de la Madre Teresa de Ávila a la Villa, las rencillas entre ella y la Princesa de Eboli o la imposición de hábitos de los primeros Carmelitas Descalzos del convento de San Pedro. Festejos, desdichas y duelos revividos por los propios pastraneros para convertir a la villa ducal en una escapada perfecta en la que huir de bullicios y aglomeraciones, y por donde pasear imaginando a la orden de calatrava, creer escuchar los cantos de los niños del colegio de San Buenaventura, preguntarse por qué, al pasar por delante de la casa de la Inquisición, o intuir el murmullo de la sinagoga judía en oración en calles de sabor medieval de olor a gentes sencillas y honradas.