Por Jesús Manrique
No hemos aprendido nada. De lo sentido, lo conocido, lo visto y vivido, al menos en cuanto a la sociedad colectiva que somos. Hay una parte mayoritaria de nuestra sociedad que persiste en no moverse más allá de los intereses particulares, en otra vida que no sea la nuestra y que nos mantiene tan ocupados en simplezas, tan alejada de lo comunitario, una ciudadanía adormecida que solo despierta con la alarma melódica del dinero. «Al son del clarín solo baila el que quiere, al son del dinero dime quién no se mueve», cantaba la gran Cecilia en una de sus primeras canciones. Por supuesto que es legítima y hasta obligada la búsqueda del bienestar personal, todos tenemos el derecho a vivir bien, no se trata de reivindicar el valor de la pobreza, pero no todo pasa por el dinero.
Fue el escritor norteamericano Scott Fitzgerald quien dijo que «debería entenderse que aunque en las cosas no exista la esperanza sin embargo hay que estar decidido a cambiarlas». Pero desde que el mundo existe han sido cuatro quienes han tirado del carro. Muy pocos los que vieron la humanidad con ojos diferentes y sintieron la obligación moral de convertirse en parte de causas ajenas para mejorar la vida de la gente, el resto ha ido a rebufo, como ese pelotón de ciclistas que, para ahorrar energía e ir más cómodos en su pedaleo, se pegan a la rueda de detrás de los que los preceden, protegidos por éstos al romper la resistencia del aire.
Se mira para otro lado, nos mentimos para justificarnos y aguantamos más y más. Es algo que nos define mal. Pero no se trata únicamente de un problema moral.
Solo así se puede explicar, y a las pruebas me remito, la pasividad de quienes deberían poner freno a los fascistas en sus proclamas de odio, una aire viciado que desata brutalidad y violencia en esa forma obscena de entender la vida, solo así puede interpretarse que las clases trabajadoras aplaudan a quienes esquilman las tan traídas y llevadas sanidad y educación públicas, con ese afán de la derecha patria de convertirlas en cenicientas, cuando son fundamento de nuestro bienestar social y germen del conocimiento que nos hace más libres, esa misma sociedad que en lugar de exigir responsabilidades y respuestas vuelve a depositar su confianza en quienes (al margen de la pérdida de valores fundamentales no consigo entender en qué razones se fundamenta), en un impúdico desprecio por los derechos de las personas, dieron órdenes para que miles de mayores usuarios de residencias no fuesen trasladados a hospitales dejándolos morir encerrados en habitaciones, como apestados, cuando la pandemia golpeó a los más débiles. Cómo entender si no la despreocupación de miles de jóvenes convocados a reuniones multitudinarias donde pregonan su derecho a la libertad sin concienciación ni sensibilización y sin ver más allá de su voluntad en un momento tan crucial para acorralar a la pandemia cuando, por ejemplo, la mayoría de ellos no va a tener la, esta sí, trascendente libertad de elección porque se verán obligados a vivir en casa de sus padres o a dejarse el sueldo en el alquiler de una vivienda. Cómo explicar la inacción de quienes debieron proteger a la infancia de los abusos sexuales en la Iglesia y ahora se niegan a investigar ante escándalos que crecen día a día, ellos, que dicen acatar las normas de esa Iglesia, y lo dicen descaradamente, sin sonrojarse, y los fieles siguen poniendo en ellos su esperanza, o la indiferencia de quienes miran cómo una jauría de despreciables mata a un joven a patadas en plena calle arrastrándolo durante metros. ¿A nadie alcanzaba tal crueldad, el dolor de los golpes para cruzar el umbral de tal magnitud de violencia? Es por eso que tiene un valor especial la valentía, el ejemplo de los dos inmigrantes senegaleses en situación irregular que intentaron socorrer a la víctima, que frente a una situación tan atroz no buscasen su propio interés e hiciesen algo que debería ser tan natural como ayudar a alguien cuando lo necesita.
Claro que hay expresiones de dolor e indignación, por supuesto, resultaría muy duro lo contrario, aunque no creo que seamos profundamente solidarios. Pero se señala a los políticos de estas y otras atrocidades que se respaldan y alientan, responsabilizar a los demás es lo más sencillo, cuando son el reflejo de la sociedad egoísta que hemos creado, somos nosotros, es a ellos a quienes les hemos dado el poder para cambiar las cosas que no nos gustan.
Es sabido de sobra que nos creemos la especie más evolucionada, pero solo nos movemos buscando nuestro propio bienestar y en defensa de intereses particulares. No cabe pensar de otra manera si seguimos viendo en la muerte un tabú y nos quedamos en el quicio del dolor de quienes sufren enfermedades que generan sufrimientos intolerables que los llevan al culmen de las libertades que es la decisión individual de una muerte voluntaria, si no nos afecta, si nos da igual y no nos conmueve, si no sentimos el terror de quienes llaman a nuestra puerta porque sus vidas han sido arrasadas por bombardeos de guerras incesantes, si no nos plantamos ante el odio y los insultos, si los toleramos y no decimos basta, si nos perdemos en silencios y olvidos de aquellos que nos han precedido en la lucha por un mundo mejor, si no damos las gracias a los que realizan un buen desempeño de sus tareas, si no nos apremiamos a nosotros mismos y luego a las instituciones a repensar el significado de humanidad y a crear una conciencia que trascienda la defensa de los intereses personales, si todo esto no es posible…
No sabría decir si es resiliencia, estupidez o un tonto optimismo, que es como expresar en voz alta un deseo simplón, pero acaso no todo esté perdido, porque seremos personas capaces de cambiar nuestras opiniones y creencias si hay suficiente evidencia en contra, y entonces el grueso del pelotón de ciclistas dejará de correr a rebufo de los que van en cabeza y se desplegará en cooperación con el resto poniendo en práctica los gestos de concordia de la vida cotidiana que deberían ser el motor que nos motive. Quizás ese pequeño movimiento serviría de revulsivo.
Jesús Manrique
2 comentarios
Una vez más un artículo acertado y cierto .
Somos egoístas por naturaleza, no hay más que ver aún teniendo dos dosis de las vacunas, queremos la tercera aunque en los países desfavorecidos estén sin vacunar.
¿Quién dijo que íbamos a salir mejor del confinamiento? Ilusos
Otra vez poniendo la flecha en la diana, amigo Jesús. Mientras sigamos sin combatir esa lacra llamada egoismo, esta sociedad seguirá pudriéndose. Esperanza de ver un amanecer solidario por parte de todos…Gracias !!!