Por Jesús Manrique
El tiempo pasa inadvertido, implacable muchas veces, los espejos no mienten. Pero nos empeñamos en soñar que más pronto que tarde será finalmente nuestro gran día. Aprendemos lo que es esperar. ¡Y esperamos tantas cosas! Como no sabemos el momento de nuestra muerte creemos que todo está por llegar, que la vida es una mina inagotable. Consideramos que lo que hacemos hoy seguiremos haciéndolo mañana, que lo que dejamos de hacer podremos llevarlo a cabo en cualquier momento. Entre otras cosas pensamos que veremos a la primavera suceder al invierno y que llegará un nuevo y caluroso verano, que los viajes programados los haremos en años venideros, que habrá otros miércoles, viernes, cumpleaños anuales y afeitados varios días a la semana. Ya habrá tiempo de esto y lo otro, decimos remitiéndonos a un futuro cierto donde no existe la mera posibilidad de que esto no sea así.
Hay quienes buscan mejorar su economía con juegos de azar, participando en sorteos y concursos, pensando en lo que harían si ganaran un capital, un buen pellizco a la lotería: un viaje a playas vírgenes y paradisíacas, darse algún gran capricho, corresponder con regalos a aquellos que nos dieron tanto, pagar la hipoteca, saber que al final de cada mes se tendrá la misma tranquilidad que a principios, cambiar los viejos muebles de la casa… Y están los que utilizan amuletos o aceites mágicos para atraer dinero a su vida. Y cada mañana laborable toman su taza de café mientras se lamentan del destino y al momento se consuelan intentando ver el lado cómico de las cosas entre tanto llega la fortuna.
Es esa misma mecánica tramposa que nos lleva a pensar en la madre que hemos convertido en objeto de un amor especial desde que fuimos niños, esa mujer que se miró al espejo sorteando cada mañana los rigores del destino y ahora anda perdida para siempre, sin rumbo ni medicamentos ni remedios que la hagan reconocer su propio rostro y preguntarse: ¿Dónde he estado todo este tiempo? Su memoria muerta hoy golpea nuestros sentidos ante algo tan abrumador: ¿Nada queda de ti? ¿Ya te marchaste? Nos parece mentira y aunque sabemos de sobra que el blanco de la nieve es de una pureza engañosa fantaseamos con que un día, de repente, escucharemos su voz como aquellas canciones que tentaron a Ulises, volviéndonos a llamar por nuestro nombre, acariciándonos como si fuésemos preciosas piedras pulidas, llenándonos de palabras salpicadas de una luz nívea que ya no existe.
Nos negamos a desaparecer, y quizás por eso nos asusta hablar de la muerte, del adiós a quienes queremos tanto, de nuestro propio fin. Tal vez ese no pensar, no querer saber que seremos nada, ese algo de irreflexión ¿no es también esperanza?
En esta situación hay quienes se benefician de nuestra necesidad de fantasías. Futurólogos, adivinadores y videntes, echadores de cartas y productos para hacer un hechizo. No son casos aislados. Miles de llamadas solicitan conocer el futuro. Si tendrán dinero, una vida mejor, más feliz y amorosa. Cabe suponer que se trata de conectar con emociones ajenas, con sueños recurrentes para hacerles ver que sí, que la magia existe y un día el futuro se pintará de colores definitivamente.
No entendemos la vida sin esa persona que nos abandonó y a quien creímos timón y poesía y no dejamos de oír hablar de ella en las canciones, aguardando la resurrección del amor, aunque todo fuese mentira. «Necesito olvidar, que te amé con locura, necesito ignorar, que ignoraste mi amor, necesito aprender a olvidar como tú», cantó Joan Sebastian. Pero si esa persona nos llama y la vemos sonriéndonos de nuevo, ¿no nos morimos de ganas de correr a buscarla?
Cuantas veces no habremos pensado en el futuro convencidos de que algo bueno pasará, enredados en una esperanza estólida, persiguiendo la alegría. No hay forma de evitarlo.
Tal vez las consideraciones anteriores sean el mecanismo que origina ese tipo de inteligencia que nos ayuda a vivir, a darle a cada día su propio afán, su goce, su sonrisa… De ese modo sentimos que no hay frío que ocasione tiritona mayor que cuando reconocemos haber dado más tumbos de lo esperado, que no hay desánimo equiparable al que surge cuando somos conscientes de que nunca vamos a tener, a ser, lo que siempre hemos soñado.
Por Jesús Manrique
El título del artículo está extraído de una canción surgida del inmenso talento de Germán Coppini.
1 comentario
Me gusta leer a Jesús Manrique, porque expresa con hermosa prosa lo que todos pensamos y no sabemos decir .
Es como todos sus escritos cierto y nos pone los pies en la tierra, esa tierra que maltratamos tantas veces .
Gracias Jesús.