Por Jesús Manrique
Conocí a Nudem hace ya algunos años. En un viaje que hice a Turquía por encargo del Centro Tecnológico del Mármol para profundizar en el proceso de transferencia de tecnología y conocimientos. Era una joven estudiante de filología hispánica que hacía de traductora para varias empresas y visitaba España con cierta frecuencia. Había nacido en una pequeña ciudad al noroeste del país. Una región montañosa a medio camino entre Oriente y Occidente. Fuera del horario de trabajo visité con ella un museo de arte moderno y artesanía en medio de la nada que era accesible solo en coche. Allí me llamó la atención un conjunto de árboles muertos que sugerían esqueletos coronados por enredadas cabelleras. He de reconocer que sé poco de arte, pero no esperaba un museo tan original en aquel lejano y para mí desconocido lugar que imaginé atrasado en mi ignorancia. Seguidamente fuimos a la cafetería del hotel en el que me alojaba y desde donde se veía el verde intenso de las colinas y alguna casa extraviada. Me habló de lo importante que era allí la ropa de abrigo en invierno cuando el paisaje se volvía nevado y de algunas tradiciones como tomar el café turco en una taza pequeña acompañado con un vaso de agua. Me dijo que, en su pueblo, cuando la familia de una joven decidía que estaba en edad de casarse, colocaban como anuncio botellas vacías en el tejado. Me desconcertó su sonrisa y el mundo de deseos que llevaba, la vida que aspiraba hasta el fondo, ingenua y ávidamente. También en la forma ensayada de alborotarse el pelo con los dedos. Claro que no le pregunté si su casa tenía botellas en el tejado. Debió ver el apuro de mi mirada. Estaba a favor del Estado laico y la prohibición del velo en los edificios públicos. Sus padres le habían transmitido el apego a la Turquía secular, la preocupación por la escuela y la educación y la defensa de una forma de vida más libre en una Turquía moderna.
Alquilamos un coche para llegar a Estambul en lo que eran compromisos para seguir con el desarrollo de la actividad empresarial. Visitamos empresas en Erzurum, Ankara y Bursa para hacer un análisis de sus necesidades. Durante el trayecto por carreteras difíciles expusimos nuestras opiniones de forma general. Le hablé de lo perezoso que soy y de lo que me cuesta salir de la cama, y ella de la palabra sagrada que en Turquía era el laicismo. Refiriéndose a los políticos islamistas me dijo que todo lo que no les gustaba lo consideraban delito, que si los dejaran hasta pondrían un velo a los maniquíes y prohibirían reír a carcajadas. Me sonreí. Siguió hablando de organismos y fundaciones islamistas formados por mujeres cubiertas por completo que no trabajaban ni tenían independencia económica, y de grupos conservadores que se quejaban de la separación de Estado y religión y de ver reducida su influencia bajo el Estado secular. Con Nudem se borraba el tiempo. ¡Vaya que sí! Paramos en Yozgat para visitar a un amigo suyo que regentaba una tienda de alfombras. Allí supe de la densidad de sus nudos, de la urdimbre, de gran importancia para la durabilidad. Recuerdo las palabras tranquilas con las que respondió al señor con una poblada barba blanca y un rosario musulmán en la mano que la sermoneó al salir de la tienda por llevar el pelo sin cubrir. Le habló sin miedo de la importancia de pensar cada uno por su cuenta, de la miseria intrínseca de quienes se centran en explotar las divisiones y rencillas. No le gustaban las palabras vulgares o insultantes. Llegamos a Estambul cuando finalizaba agosto. La última noche, de un calor intenso, nos despedimos en la terraza de una cafería desde donde se veía el Bósforo, decorada con espejos art decó, coloridas alfombras anudadas a mano y geranios. No, me dijo sentada frente a mí, alborotándose el pelo con los dedos, en mi casa nunca hubo botellas en el tejado. Al volver a Madrid me despidieron del trabajo y ya no volvimos a tener contacto.
Hoy, al poner la televisión, hablaban del triunfo del islamismo en Turquía. Y me he acordado de aquel viaje, de la dicha que transmitía Nudem y de lo que vi como su mundo perfecto. En mitad de una transitada calle de Estambul, el periodista hablaba del giro de Turquia hacia la islamización. Los escaparates de algunas tiendas mostraban maniquíes cubiertos con el velo. Han seguido palabras trascendentes afirmándose en la sumisión que pretenden los sistemas que no dejan hablar, reflexionar o discutir. Todos esos que no dicen nada y lo prohíben todo y hasta tipifican el adulterio como delito. Luego han salido regueros de mujeres en manifestaciones y protestas donde la falta de pañuelo era el paisaje. Jóvenes laicas de Estambul, Ankara y Esmirna. Y he visto a Nudem entre ellas, en todas esas ciudades. Al apagar el televisor me han llegado las luces nocturnas sobre el Bósforo, mojadas y brillantes, y me pregunto si resistirá o habrá buscado otro lugar donde reír a carcajadas. No hay que tener miedo, esa es mi actitud, me dijo en la terraza de la cafetería estambulita casi vacía, decorada con espejos art decó, geranios y coloridas alfombras tejidas como ella, perdurables, anudadas a mano.