Artículo de opinión de Jesús Manrique
Hombres y mujeres hemos luchado juntos, cada uno en la medida de nuestra capacidad de revolución y dilemas, para no llegar al siglo XXI con media humanidad enfrentada a la otra media. ¡Y está claro que no somos enemigos! Las multitudinarias celebraciones feministas del Día de la Mujer el pasado mes de marzo en todo el mundo, y sin precedentes en numerosas ciudades de nuestro país, han demostrado que el feminismo no pretende imponer, que no es el aceite que siempre quiere estar por encima como opinan algunos. Para que nos entendamos: feminismo es principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.
Hace ochenta y siete años del discurso de Clara Campoamor en las Cortes en defensa del valor de la mujer, y las reivindicaciones de entonces hoy siguen siendo casi las mismas. Las peticiones de las mujeres resultan más que legítimas: la violencia sexual, el abuso del trabajo doméstico, la precariedad… Y hablo solo de nuestro país. Somos muchos quienes nunca hemos dudado del valor que aportan, es por ello injusto que ciertos sectores feministas nos tachen de insensibles, metiéndonos a todos los hombres en el mismo saco. Reconozco que existe en nuestra sociedad un gran poso de machismo, aunque no deje de recular. La publicidad está llena de mujeres endebles, sufrientes, derrotadas… Hay pocas imágenes de poder y de fuerza. Denota debilidad mucho de lo que tiene que ver con lo femenino: llorar como una mujer o el representativo no me seas nena o mariquita. Yo mismo me pregunto: ¿Por qué me produce una mayor inquietud ver en la calle a una mujer que a un hombre vagabundo? ¿Por qué me provoca mayor preocupación una borracha que un borracho? ¿Tendrá que ver con la vulnerabilidad, la debilidad que presupongo en uno y no en el otro?
Hay quienes dicen que se aprovecha políticamente a la mujer mientras otros son de la opinión de que se desperdicia ese enorme capital. Especial atención despiertan en mí las palabras de una filóloga y escritora que se dice de campo y sabedora de lo que habla, conocedora de lo duro del mundo rural tanto para los hombres como las mujeres. De esa lucha codo con codo entre los dos. Y sí, es cierto que el trabajo en el campo ha sido compartido por ambos, aunque no se diga que los salarios de ellas eran más bajos, y se olvide de matizar algo importante que da una idea de lo erróneo de su juicio de valor. Yo, que también soy de campo y he sufrido el trabajo a la intemperie, sé que solo ellas, las mujeres, (recordemos a nuestras madres y abuelas), eran quienes al volver del campo arreglaban la casa, hacían la compra en las añejas tiendas de ultramarinos y preparaban el almuerzo para el día siguiente. Los hombres no.
Todo apunta a que hoy, muchas hijas y nietas de aquellas mujeres que fueron en masculino han decidido poner fin a la indiferencia y cambiar la tradicional e por una a reformadora. Sabemos que hormiga, perdiz, césped, mesa o pared tienen un solo género. Que periodista, cómplice o pianista necesitan del artículo para diferenciar el sexo de la persona a la que aluden. Y al margen de la utilización de sustantivos epicenos, comunes o ambiguos, nos chirría y sentimos como una patada en el estómago si escuchamos hablar de portavoza, miembra o rea, aunque esta última esté aceptada por nuestra Real Academia de la Lengua. Pero vamos a lo que vamos, palabras que en su día nos parecieron disparatadas y de las que nos dijeron que no podían ser, fueron, y la calle ha terminado por imponer términos como clienta, palabro, culamen o presidenta. Y no nos sentimos agredidos al utilizarlas, como curiosamente tampoco nos agreden los extranjerismos tan innecesarios que han pasado a formar parte de nuestro vocabulario. Llamamos take away a la comida para llevar, muffins a nuestras magdalenas, souvenirs a los regalos que traemos de un viaje, feedback a nuestra reacción ante un mensaje, bullying al acoso escolar, cupcakes a los pastelillos de colores chillones… Tal vez por tirarnos el pisto, por aparentar una mayor erudición o por entender que queda menos elegante el sofá que el chaise longe. Palabras tan españolas como aceite y jamón, no son tales. A nosotros nos corresponde el óleo y el pernil. Pero fueron los términos árabe y francés los que se quedaron.
Nos guste o no será la gente de la calle quien acabe por imponer unos términos u otros. Y si quien toma la iniciativa son las mujeres tendremos que irnos acostumbrando. Una cuestión final: ¿tendría importancia que la fuerza la tuvieran ellas y la ternura nosotros?
Jesús Manrique