Por Jesús Manrique
Crecemos limitados. Unas veces por la educación recibida, anestesiados otras por el entorno en el que nacemos, algo que también marca nuestro carácter, un tanto parásitos del modelo de sociedad que llaman Estado de Bienestar. Pero tenemos la posibilidad de pensar, de ver más allá, de dar rienda suelta al albedrío. La sola reflexión, la crítica, son características propias del ser humano. El pensamiento evoluciona de forma natural con el paso del tiempo, pocos permanecemos ajenos a las mudanzas. Avanzamos dejando atrás lo que se marca son sello indeleble y que ya solo podemos visitar con la memoria, inalterable en los recuerdos como aquella primera tristeza infantil, los paseos en bicicleta con ese tonto amor de verano o el jersey adolescente con olor a suavizante de la ropa. Qué sencillo parecía todo entonces.
Hemos visto a amigos que un día lo fueron marchar por derroteros alejados de los nuestros en un viaje que entendimos trillado y otras veces quimérico. A veces nos sorprendemos en contradicciones. Nos ha servido una mentira de alguien a quién creíamos a pies juntillas, el desconcierto ocasionado por quien nos dejó en la estacada y fue nuestro porvenir y los días tranquilos o la sola lectura de un libro para cerrar las puertas que antes nos gustaba tener abiertas.
Por momentos nos desdecimos, vemos fantasmas donde antes no estaban, los problemas desaparecen o nacen con más o menos aristas. Proyectos que fueron ilusión acaban en fracaso. Nos reservamos el derecho a cambiar de opinión si las circunstancias personales nos alejan de aquellas que nos hacen posicionarnos de un lado, ajenos a la vida que nos espera. Lo que hoy creemos, las certezas, pueden verse limitadas por sucesos dramáticos vividos en carne propia. Pero aunque nos marchemos, aunque abandonemos la casa que un día habitamos rumbo a esa evolución natural, llevamos con nosotros la cocina donde hicimos dulces y rosquillas fritas, agua de limón y sopa de fideos; los muebles y tantos otros cachivaches de muchos momentos.
Sin embargo todo queda empalidecido por el uso que, de la evolución del pensamiento, hacen los renegados. Por lo general de condición maldiciente y amenazadora, en los que no se reconoce la estructura original de la vieja casa porque lo que han hecho es una obra total de derribo. Ávidos de sí quieren ser tomados por imparciales y justicieros, pero lo son a sueldo, haciendo acopio de la necedad y de la sociedad de masas que da servidumbre al poder del dinero. La historia está llena de personajes que han pasado a defender posiciones enfrentadas con lo que un día pensaron y fueron. Un sinnúmero de periodistas, músicos y escritores pertenecientes a una parte importante de la contracultura han realizado un viraje radical intelectual y político. Algunos que se tienen por los mejores han acabado siendo unos patéticos frikis de dos metros de altura. Iniciados en la honestidad de la conciencia, de ideas y posiciones liberales, han pasado con los años a ser detractores de lo que un día defendieron para patrocinar ahora, con inquina arrebatada, vocerío y mordacidad, unas posiciones más que reaccionarias.
¿Y aquellos renegados que un día nos miraron como si fuésemos todo en el mundo?
Es cierto que algunas cosas que creímos importantes ya no lo son, o no lo son tanto, o se rompen de una forma tal que ya no hay manera de arreglarlas. Por lo general se hace muy cuesta arriba negar aquello que vimos, lo que un día sentimos. Para bien o para mal somos parte de todo aquello. Y muchas veces nos queda la cicatriz visible de esa herida con forma de cremallera bien cerrada.
Jesús Manrique