Por José Merino y Emilio de las Heras, Cuarenta años bailando el Rey y la Reina
Como ya escribimos en estas mismas páginas hace 20 años (véase Pregón de Fiestas de 1998), las Comparsas de Gigantes y Cabezudos, lejos de ser un simple elemento de diversión infantil, tienen un origen mítico-religioso muy antiguo.
Las primeras referencias que se tienen de los Gigantes son de hace dos mil años, y nos hablan de ritos Celtas que podrían alcanzar a la Edad de Bronce, en los que el Gigante representaba el papel central de ciertas ceremonias. Su fuerte arraigo en la cultura Celta explica su amplia difusión, coincidiendo más o menos con los límites geográficos de la zona de influencia de la cultura Celta (Europa Central y Occidental). Ese arraigo puede explicar también el hecho de que haya llegado hasta nuestros días en la mayoría de esos países europeos; y, desde ahí, se haya trasladado a muchos países del Nuevo Mundo, como, por ejemplo, en Antigua (Guatemala) donde hay un par de Gigantes parecidos a los nuestros.
Sorprendentemente, el mito del Gigante existe también en otras culturas (países orientales; África subsahariana) lo que, dado que es casi imposible suponer un origen común con los Gigantes europeos, no hace más que probar la enorme fuerza que tiene este mito en la mente humana.
No resulta fácil explicar cómo pasó el mito del Gigante desde la cultura Celta a la Judeo-cristiana; una de cuyas manifestaciones más claras son Sansón y San Cristóbal. De ahí, pasó a la festividad del Corpus (alrededor del Siglo XIV) en la que los Gigantes desfilaban junto con el Santísimo Sacramento y los representantes de las corporaciones urbanas (autoridades civiles, religiosas y gremios). Posiblemente, el fuerte arraigo del que hablábamos más arriba le ha permitido permanecer en el imaginario de los pueblos, traspasar culturas y religiones.
Se desconoce el papel original que jugaban los Gigantes en la procesión del Corpus. Al parecer, podría ser el de una representación de los Reyes; pero el hecho de que se asociasen con los Enanos, los Cabezudos y demás figuras jocosas, acabó llevando a los Gigantes a un papel irreverente; por lo que las Comparsas fueron prohibidas en 1780 por Carlos III. A partir de ese año dejaron de formar parte de la procesión del Corpus, llevando una vida independiente que, en muchos pueblos y ciudades, las llevó a su desaparición. Afortunadamente, en el caso de Sigüenza todavía forman parte de las fiestas de San Roque (agosto) y de Santa Marta (29 de julio).
Se conoce muy poco de la historia de las Comparsas de Gigantes y Cabezudos de Sigüenza. Sólo contamos con una referencia a ciertos pagos o reparaciones de los Gigantes y Cabezudos que hace el Ayuntamiento seguntino en 1911. Lo que sí está claro es que gracias al empeño y tesón de nuestro amigo Fernando Pardo, al que Jesús Canfrán ayudó durante muchos años, las Comparsas de Gigantes y Cabezudos se han conservado hasta nuestros días. Más recientemente, los han bailado Cecilio, Franchis, Juan Antonio Ayuso, Javier del Valle, Patricio y Santi Pintos. Actualmente, Javier Bussons la baila de forma absolutamente imbatible, con la colaboración intermitente Ranz y de Jou.
Son muchos los que haciendo frente a los estragos de una noche de peñas o buscando un hueco en su trabajo, acuden a su compromiso personal con los Cabezudos. Juan Lizasoain, el decano de todos ellos, llevó el Demonio durante lustros. Los mellizos Javier y José Saavedra que, con su potencia, baten todos los años el record de velocidad cabezuda; su hermana Sonia, los hermanos Oliva (Javier y Juan), Carlos Archilla, Sergio, Natxo, los hermanos Cañamón, Colomina y Jesús Canfrán Jr así como muchos otros que se ponen cada año manos a la escoba.
La Fiesta no solo la hacen los que van “dentro”. La tradición se ha mantenido gracias a los protagonistas principales: el enjambre de niños, sus sufridos padres y abuelos, y la colaboración de todo Sigüenza; cada uno en su papel.
Las peñas, con sus charangas, hacen posible el baile, sin el cual las Comparsas serían un mero desfile. Merece mención especial la banda de dulzaineros con Carlos Blasco, y el inolvidable, por muchos motivos, José Mari Canfrán. La Asociación de Amas de Casa, que se preocupa de lavar, planchar y remendar los disfraces; haciendo posible el milagro (va con segundas, Sr. Alcalde) de que los personajes salgan a la calle decentemente vestidos y aseados. Muchos han colaborado con sus artículos, obra gráfica y gestiones con los medios (Javier Sanz, Emilio Fernández-Galiano, Manolo Guijarro).
Los alcaldes que se preocuparon por dictar las normativas que ahora rigen y de resolver problemas históricos (Marcelino Llorente, Octavio Puertas); y que pusieron orden en el pequeño caos que supone sacar las Comparsas a la calle. Los guardias de antes (Antonio e Hilario) y los de ahora (el recordado Pedro y José) por ordenar el tráfico, evitando el atropello de los artistas y del chiquillerío que corre como loco. Merece mención especial Juan, que gracias a su entusiasmo, es capaz de hacer todos los papeles, desde armar los gigantes y vestirlos, a comprar los imperdibles y las escobas y, llegado el caso, dirigir la circulación.
Por último, nos gustaría señalar que la visibilidad dentro del Gigante es muy limitada, lo que lo convierte en una bomba danzante por el peligro que supone caer sobre el respetable. Básicamente, no vemos por donde vamos… Por eso, no podemos olvidarnos de nuestras esposas (Isa, Toti, Loli, Carmela, Ana, Isabel, Pepa ) que van en contacto continuo con el Gigante, avisándole de los obstáculos, apartando carritos de niños y evitando tropezones fatales (no va con segundas, amigos del Trope).
A todos ellos, muchas gracias por hacer posible las Comparsas de Gigantes y Cabezudos, y también, muchas gracias por adelantado a los que, más pronto que tarde, habréis de sustituirnos en el inmediato futuro. Algunos vamos teniendo ya una edad inconfesable.
¡Viva San Roque!